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LOS POLLOS VERDES

LOS POLLOS VERDES LOS POLLOS VERDES.
Cada día estoy más convencido de que nuestra sociedad, en lugar de avanzar de forma paralela a la investigación y los descubrimientos científicos, lo que hace es retroceder de manera proporcional a dichos descubrimientos. Un ejemplo claro es la creciente manía de escupir.

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Hace unos años, cuando Titsa tenía guaguas de color rojo y blanco, recuerdo un cartel en el interior de las mismas que me parecía lamentable, y que decía “prohibido escupir en el suelo”. Yo no tendría más de 10 años, pero, sinceramente, me llamaba la atención que alguien pudiese escupir, y mucho menos en el interior de una guagua.


Era raro ver escupir a alguien. Normalmente lo hacían los mayores, por lo que relacionaba esta costumbre con un pasado más guarro que el actual, en el que no se tenía tan en cuenta la higiene. Puede que sea así, aunque ahora mismo, la costumbre se ha regenerado, y, actualmente, vuelve a haber una cantidad importante de aficionados a escupir.


La manía de escupir es muy frecuente entre los “ruinas” con gorrita que se ven proliferar cada vez más por las ciudades tinerfeñas. Tanto en su versión de invierno, con la gorra Niké “TN”, como en la de verano, con la visera floreada, el pollo siempre está presente, sin aparente relación con las adversidades climáticas que propician la aparición de flemas.


Es típico que, junto a una reunión de gorritas para tratar asuntos fundamentales como el próximo mundial, celebrada en cualquier esquina de la barriada correspondiente, aparezca un cerco de pollos recién escupidos, a modo de barrera para los que sientan asco por estas sustancias mocosas.


También conocía a un señor que vivía en la calle Costa y Grijalba de Santa Cruz, encima de una oficina de contribución municipal que ya cerró, y que pasaba el día tirando pollos por la ventana, que se estampaban contra el suelo con un sonoro e inconfundible “plaf”. Cuando se mudó de piso, pasé por esa acera (antes no lo hacía, por si me caía un pollo encima), y descubrí una gran cantidad de cercos marcados en las baldosas, testigos mudos de la acidez de la saliva de este señor.


Por esa época se estrenaba “Parque Jurásico”, donde aparecían unos dinosaurios que escupían, de cuyo nombre no me acuerdo, pero que fue el apodo que recibió este señor.


Tenía además este hombre la costumbre de preparar el pollo de forma contundente antes de escupirlo, para lo cual emitía ese sonido ronco, a modo de carraspera, propio de los hediondos que, no conformes con el “plaf” del pollo cuando impacta, también tienen que anunciar a los cuatro vientos la preparación del mismo. Cada vez que sonaba ese ruido en la calle, todo el mundo corría a esconderse bajo los volados de los edificios, para evitar ser bañados por un pollo verde.


En la actualidad, tengo un vecino al otro lado del patio de mi cocina, que también produce ese sonido, a diario, sobre todo mientras se baña. Los “plaf” que lo suceden demuestran que los escupe en la bañera, por lo que su nivel de hediondez es comparable al del que llamábamos como a un dinosaurio.


Otro tipo de persona “pollera” que me sorprende es el clásico ruina (pues suele rondar los 20 años), que, mientras espera a algo o alguien, se dedica a escupir cada 30 segundos, entorno a su posición, y va llenando de pollos el metro cuadrado sobre el que bascula impaciente. Es una versión solitaria del grupo de gorritas “polleros”.


Normalmente, este tipo de sujetos no hacen el sonido gutural hediondo de la carraspera preparatoria, sino que producen un sonido más sordo y limitado, como de algo que se destupe de golpe (¿sus fauces?). Luego, el pollo es escupido con cierta maestría, haciendo un sonido cuya onomatopeya podría ser un “stupf”. Este pollo, más denso y de menor dimensiones, no hace el “plaf” al tocar el suelo, sino que se queda en un “chof”.


Pues bien, esta mañana, al coger la guagua para bajar, como siempre Titsa anuló un servicio. Durante los 15 minutos de espera a que saliera la siguiente guagua, tuve que enfrentarme a 12 fumadores desesperados que me echaban el humo en las narices, y otros tantos “polleros” que no paraban de invadir el suelo con sus pollos. Hubo un momento que no sabía dónde colocarme para no ser alcanzado por un pollo, o para no pisar ninguno.


Puedo asegurar que por lo menos el 10% de la superficie de la parada estaba llena de pollos. Además, con la luz del amanecer se veían claramente los cercos húmedos sobre el suelo seco.


¿Es posible que la gente sea tan hedionda, y no se dé cuenta de lo guarros que son? Me hace gracia cuando, dentro del grupo gorrita – pollo verde, hay dos o tres chicas, que estos sujetos intentan ligarse. Ellos van con el clásico tatuaje en la pierna perfectamente depilada (algo por lo que hace 10 años lo hubiesen llamado maricón), sus piercings y sus complementos del primer mundo, todo estéticamente cuidado a la moda “gorrita”.


Ellas llevan un pantalón pirata, unos tenis, los aros en las orejas, maquillaje excesivo, y todos los piercings que le puedan caber. Ambos hablan con la cadencia estúpida que caracteriza a los gorritas, y, de repente, empieza el espectáculo: cada 10 palabras, un pollo. “Ños, ayer el Negro subió (Plaf). ¿Sabes lo que me dijo, el muy pollaboba (plaf)? Que en el taller de la Cuesta no tenían (plaf). Muchacho, vete pal carajo, claro que tienen, es que el Negro es pollaboba (plaf).”


Fuerte una sociedad hedionda...
 FUENTE: http://aplasencia.blogspot.com/2006/05/los-pollos-verdes.html 

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