LA MUJER NO EXISTE.
RED VERDE de Mujeres
Algunas cuestiones que parecen ser sólo semánticas y de lenguaje, pueden no serlo tanto. Las falsas representaciones asociadas en torno a la idea común "mujer" son parte del problema y no la solución. La categoría mujer es el genérico abstracto e invisibilizador que utilizan los discursos mayoritarios para meternos a todas en un mismo saco. Todas igualitas e idénticas. Todas indiscernibles. Todas una y la misma.
La "mujer" es la idea metafísica y la creencia cultaural que carece de existencia en la realidad social compleja y llena de diversidades (aunque está tan presente que en ocasiones anima incluso a disfrazarse de Mujer, tal y como todavía hacen algunos bobos de turno en carnavales y fiestas).
Bajo este arquetipo homologador y sus rígidas asociaciones semánticas que prescriben y moralizan sobre lo que son y han de ser las mujeres, la cultura patriarcal define, reduce, distorsiona y ejerce controles y violencia simbólica interesada sobre la variabilidad y pluralidad de mujeres reales, y sobre sus diferentes situaciones, intereses y necesidades.
Por tanto, habría que huir de estas retóricas planas que alimentan la confusión y la reproducción patriarcal. Políticamente sería más correcto hablar siempre en PLURAL. Porque somos muchas, diversas y singulares: MUJERES.
Las políticas de la igualdad y las políticas de vida
Las experiencias plurales de las mujeres en general no pueden reducirse a una simplificadora visión liberal cuyo techo político máximo se concentra en la desigualdad de oportunidades entre sexos, pero sin problematizar las relaciones estructurales de dominación más importantes y masculinizadas de las sociedades contemporáneas. Es decir, simplifican nuestra situación y nuestras relaciones con los varones, y la reducen a la inexistencia de un reparto equitativo de los bienes y recursos existentes entre los hombres y las mujeres. Prácticamente en todos los campos sociales, son los hombres los que acumulan y reparten los más valiosos bienes o recursos.
Las políticas liberales de la igualdad de oportunidades son importantes para las mujeres pero no son suficientes. No superan las posiciones estrechas de los feminismos de las chicas PP, PSOE y IU, y no nos distinguen políticamente de ellos. Los discursos de la igualdad de oportunidades no aclaran diferencias de proyecto político y además no los rentabilizamos desde nuestro proyecto verde federal europeo o estatal, ya que los partidos o grupos más grandes, con más peso y poder acaban siendo los más favorecidos con estos discursos que se han convertido en invocaciones rituales y en un lugar de retórica común en los medios de comunicación y opinión pública, una bandera para todo tipo de político que se precie.
Desde las posiciones verdes como las nuestras, y cuya agenda sobrepasa en mucho los estrechos límites del feminismo liberal (igualdad ante la ley, acceso y reparto desigual de recursos mediante la lucha individualista y competitiva entre tod@s para atrapar los bienes escasos en campos sociales como son el trabajo asalariado, la producción, los estudios, la política, el consumo...), los feminismos liberales de la igualdad de oportunidades son en el fondo entienden la igualdad entre mujeres y hombres como una homologación masculina. No cuestionan el contexto social más amplio y sus imperativas relaciones estructurales atravesadas por numerosas y dinámicas formas de dominación, injusticia y desigualdad que hoy amenazan la propia supervivencia y futuro global de las sociedades humanas. La igualdad feminista que defienden fortalece hoy los mitos del progreso desbocado y la espiral de destrucción biocida a efectos de la actual civilización industrial.
Desde este tímido feminismo de la igualdad liberal tampoco se cuestionan los valores, recursos o fines implicados estructuralmente en las políticas institucionales al uso y al abuso. Es un tipo de igualdad rebajada ya que por ejemplo, podríamos igualarnos como soldados para la guerra y al servicio de los intereses de instituciones, no tan sólo muy peligrosas para el mundo actual, sino que también son singularmente organizadas en jerárquicas y valores masculinos como son los ejércitos.
Creo que las políticas de IGUALDAD DE OPORTUNIDADES no nos deben interesar como máximos, sino como políticas de mínimos. Que nos sirvan para marcar y reclamar los mínimos y las alianzas con las feministas de derechas e izquierdas. La igualdad en reparto cuantitativo entre mujeres y hombres significa un programa de mínimos y de realismo práctico, pero sobre las que han de descansar toda una serie de políticas feministas diferentes: las políticas de vida.
Los Verdes respondemos críticamente desde otros feminismos más radicales (culturales o de la diferencia, ecofeministas...) a las consecuencias indeseables de las tímidas políticas del feminismo liberal o de la igualdad practicadas por las instituciones, aunque reconociendo su necesidad para al menos tener capacidades reconocidas de acceso, presencia y voz propia de las mujeres en todos los ámbitos sociales.
Conseguir y exigir más cuotas de igualdad entendida como reparto y distribución de bienes entre mujeres y hombres tiene al menos dos importantes costes a tener en cuenta. Por una parte se da un reforzamiento de las principales instituciones y formas injustas de regulación social (mercado globalizado, individualismo posesivo, desigualdades N-S, de clase y rentas socioeconómicas, representación política discriminadora y marginalizadora mediante partidos con liderazgos y control por familias masculinas la cooptación de mujeres...), y por otra parte, se da una progresiva masculinización de las mujeres junto a la invisibilización, devaluación y el no reconocimiento de las valiosas y singulares culturas femeninas que recrean en sus mundos de vida y cotidianidad, y que aportan experiencias y valores universalizables y necesarios para la sociedad en su conjunto.
Las políticas de la igualdad de oportunidades son en realidad políticas masculinizadoras para las mujeres, algo así como un feminismo patriarcal. Desde esta estrechez de miras del feminismo liberal la igualdad acaba impulsándose la masculinización forzosa de las mujeres, que han de aprender a manejarse con las reglas y valores masculinos de la competencia individualista y de razón instrumental si quieren tener mínima autonomía y libertad en sus vidas como trabajadoras o ciudadanas de un estado. Las chicas hoy ya tenemos muchas experiencias sobre estos imperativos sociales de masculinización ya que nos pasamos la vida con dobles presencias, entrando y saliendo constantemente en mundos y culturas relacionales femeninas y en mundos bajo reglas y cultura masculinas.
La cultura femenina y los espacios sociales regulados con sus valores (ética comunitaria del cuidado y la donación, la empatía, de la relación cara a cara y el reconocimiento no abstracto sino concreto del otro y su singularidad...) son muy diferentes a los mundos y valores masculinos que configuran las relaciones dominantes dentro de los sistemas y organización burocrática de la empresa privada o el estado. Es decir, un dominio masculino de reglas y valores impersonales e instrumentales basados en la eficiencia, la competencia de todos contra todos y la indiferencia emocional y moral hacia el otro concreto.
Muchas mujeres nos pasamos la vida entrando y saliendo de mundo femenino a mundo masculino, y viceversa. Realizando dobles o triples jornadas de trabajo tenemos que aprender a manejarnos en esta extraña forma de competencia masculinizada, pero en condiciones de básica desigualdad y desventaja de partida al estar previamente socializadas como niñas y mujeres bajo los parámetros y valores opuestos de la feminidad y cultura femenina. De antemano tenemos todas las cartas marcadas para acabar siempre como perdedoras en nuestros esfuerzos por posicionarnos en condiciones paritarias con los hombres.
Las relaciones patriarcales no sólo hacen un desigual reparto entre mujeres y hombres, sino que también lo hacen mediante un específico poder de dominación simbólica: activando y usando los discursos y creencias dominantes, interesadas y desvirtuadoras de las relaciones reales entre hombres y mujeres. Las mujeres, ya se sabe que bajo el prisma de la violencia simbólica aparecen como las gatas por la noche: todas pardas a ojos de la mirada androcéntrica y sesgada que nos define, juzga, subordina y devalúa...
En los mundos y relaciones guiadas por parámetros masculinos y sus frías reglas de reparto de los bienes en juego basadas en la competitividad individualista y jerarquizada en el empleo, los estudios, la política..., aunque consigamos resistir la sobre-selección que se nos aplica para poder llegar a ser candidatas con legitimidad en cualquier campo social y obtener así el apoyo de los grupos masculinos... aunque consigamos demostrar con sobre-esfuerzos nuestras excelencias y valías individuales bajo la competitiva óptica masculina, siempre parece que no se abandona el recurso de la desconfianza y la violencia simbólica patriarcal, y sus juicios sumarísimos expresados por los hombres concretos que comparten vida y experiencias con nosotras.
Para la mirada y cultura androcéntrica, "la mujer" significa tener menos valía al ser considerada de una naturaleza diferente (la diferencia que marca el detalle anatómico se hace destino social), y subordinada en relación a los hombres. Osea, que las raras veces que alcanzamos la igualdad o al menos una presencia cuantitativa equiparable a la de los hombres, el uso simbólico de la dominación y su violenta de género nos espera con otra mala jugada: los hombres siempre están mejores equipados para manejar los valores y recursos en juego, y ocupar así los mejores puestos que ganan y acumulan.
Bajo los efectos continuados de esta devaluación simbólica aplicada sistemáticamente a las mujeres y a cada mujer en circunstancias concretas, los chicos siempre ganan bajo las "democráticas reglas liberales de la igualdad de oportunidades". Acumulan para ellos las mejores posiciones al tiempo que continúan manteniendo las distancias y desigualdades en relación con las mujeres. Nos invitan a participar sí, pero no en condiciones de igualdad. Participar sí, pero no ocupando posiciones mejores o iguales a las de ellos. Participar sí, pero no siendo las protagonistas ni reconociendo y dignificando nuestras diversidades y singularidades individuales y colectivas construidas social e históricamente. En el campo político estas trampas relacionales entre mujeres y hombres son crónicas y sangrantes.
Pero, otros feminismos más radicales y críticos reconocen y cuestionan el empobrecedor y doloroso coste de travestismo masculinizante que se nos exige a las mujeres mediante las políticas de igualdad de oportunidades. Masculinizarnos significa integrarnos y socializarnos en las reglas y valores masculinos que están en juego en cada ámbito social, al tiempo que se nos niega el reconocimiento de nuestra singularidad, diversidad y valía propia. Es decir, incluye la exigencia de adaptarnos e integrarnos acríticamente en situaciones de supuesta igualdad abstracta con los hombres. Aceptando así la cultura y formas de sociedad históricamente diseñadas y controladas por ellos, o al menos por una fracción de élites varoniles.
Si bien el reparto liberal no deja de ser importante como un objetivo de cambio y acción política estratégica e histórica, pero no agota la agenda de cambio de feminismos más críticos y radicales. Aunque aún no se ha conseguido el mínimo de reparto equitativo de los recursos entre mujeres y hombres, es del todo insuficiente desde la responsabilidad verde y ecofeminista.
Aunque ya tengamos las chicas blancas y occidentales del norte rico unas leyes igualitarias que no discriminan por sexo, paradójicamente continuamos con la persistente desigualdad cuantitativa y cualitativa o simbólica en la mayoría de campos sociales. Dado que continúa el desigual reparto entre hombres y mujeres a pesar de las leyes igualitarias, tendremos que seguir defendiendo las demandas de igualdad de oportunidades y haciendo con ello alianzas con los feminismos liberales que reclaman la igualdad cuantitativa y reparto con los hombres en todos los ámbitos públicos de la sociedad, incluidos los campos sociales más distinguidos y con más capacidad de poder.
Es urgente ampliar políticamente el discurso clásico de la igualdad liberal porque deja absolutamente fuera a numerosas problemáticas que afectan muy directamente a las mujeres diversas y reales posicionadas como están en diferentes y dinámicos papeles sociales (excluidas, víctimas inadaptadas, resistentes culturales, resistentes críticas, alternativas, colaboracionistas travestidas...).
Creo que como mujeres verdes hemos de reclamar y al tiempo ampliar con creces los irrenunciables marcos constitucionalistas y legales que exigen la presencia y participación paritaria en instituciones, parlamentos y gobiernos. Es necesario eliminar la perversión sexista que opera en los sistemas de representación y elección política mediante las leyes electorales, los partidos y las candidaturas electorales que invisibilizan abstractamente a una ciudadanía que está diferencialmente encarnada en cuerpos y sexos.
Pienso que en general, han de ampliarse y renovarse los campos temáticos habituales en los discursos oficiales sobre las mujeres ya que invisibilizan muchísimas realidades problemáticas que padecemos en nuestras experiencias de vida, aunque no tengan aún palabras articuladas, ni actores colectivos organizados, ni lenguajes públicos claros. Por ello, seguramente las chicas verdes tenemos por delante el reto de avanzar en la igualación y justicia para con las mujeres tradicionalmente asumidos por las retóricas públicas de la izquierda, pero además conjugando demandas de los feminismos culturales y los ecofeminismos a favor de la protección y el cuidado de la naturaleza que aceleradamente muere a efectos de la civilización industrial masculina.
Significa que será necesario ampliar las clásicas políticas de emancipación y sus habituales temáticas sobre las condiciones del reparto, las desigualdades, y la participación y gobernabilidad. Estas políticas clásicas del pensamiento liberal se basan en separaciones artificiales y dogmáticas entre el espacio privado y el público, entre la sociedad y la naturaleza, y por lo tanto están muy incapacitadas para comprender las relaciones de interdependencia y dominación que conectan y están presentes en nuestras formas de vida.
Además de las políticas de la igualdad, como mujeres verdes estamos a favor de las las políticas de vida que amplían el campo de problemas percibidos al reconocer, no sólo el valor de igualdad, la cantidad y el reparto, sino también el valor de la diferencia, la autolimitación, el respeto, la cualidad, la pluralidad, la comunidad, la tolerancia en diversidad, la autorealización personal singular y propia como derecho individual y colectivo inealienable en contextos específicos, y siempre necesariamente situados social-cultural y ecológicamente.
Hoy la mayoría de la gente no sólo quiere ser igual, sino que también quieren ser radicalmente diferentes y singulares en sus contextos locales y como meta y aspiración de realización y de desarrollo personal. Estas nuevas y necesarias subpolíticas hoy tienen variopintos actores y sujetos colectivos que desde hace décadas las reclaman: los llamados nuevos movimientos sociales que exigen no sólo los derechos políticos y sociales hoy tan recortados y amenazados por las políticas de flexibilización y precarización social, sino que también demandan unos nuevos derechos apenas conseguidos: los derechos culturales o de identidad y los derechos ecológicos o de supervivencia, protección y habitabilidad.
Como conclusión, creo que el repetido principio de la transversalidad de las políticas feministas en la agenda política, hoy no puede olvidar estos dos tipos de políticas: las de la igualdad y las de vida. En lo concreto significará tener en cuenta los diversos campos de experiencia en los que participamos y los papeles sociales que en ellos desarrollamos
Algunas cuestiones que parecen ser sólo semánticas y de lenguaje, pueden no serlo tanto. Las falsas representaciones asociadas en torno a la idea común "mujer" son parte del problema y no la solución. La categoría mujer es el genérico abstracto e invisibilizador que utilizan los discursos mayoritarios para meternos a todas en un mismo saco. Todas igualitas e idénticas. Todas indiscernibles. Todas una y la misma.
La "mujer" es la idea metafísica y la creencia cultaural que carece de existencia en la realidad social compleja y llena de diversidades (aunque está tan presente que en ocasiones anima incluso a disfrazarse de Mujer, tal y como todavía hacen algunos bobos de turno en carnavales y fiestas).
Bajo este arquetipo homologador y sus rígidas asociaciones semánticas que prescriben y moralizan sobre lo que son y han de ser las mujeres, la cultura patriarcal define, reduce, distorsiona y ejerce controles y violencia simbólica interesada sobre la variabilidad y pluralidad de mujeres reales, y sobre sus diferentes situaciones, intereses y necesidades.
Por tanto, habría que huir de estas retóricas planas que alimentan la confusión y la reproducción patriarcal. Políticamente sería más correcto hablar siempre en PLURAL. Porque somos muchas, diversas y singulares: MUJERES.
Las políticas de la igualdad y las políticas de vida
Las experiencias plurales de las mujeres en general no pueden reducirse a una simplificadora visión liberal cuyo techo político máximo se concentra en la desigualdad de oportunidades entre sexos, pero sin problematizar las relaciones estructurales de dominación más importantes y masculinizadas de las sociedades contemporáneas. Es decir, simplifican nuestra situación y nuestras relaciones con los varones, y la reducen a la inexistencia de un reparto equitativo de los bienes y recursos existentes entre los hombres y las mujeres. Prácticamente en todos los campos sociales, son los hombres los que acumulan y reparten los más valiosos bienes o recursos.
Las políticas liberales de la igualdad de oportunidades son importantes para las mujeres pero no son suficientes. No superan las posiciones estrechas de los feminismos de las chicas PP, PSOE y IU, y no nos distinguen políticamente de ellos. Los discursos de la igualdad de oportunidades no aclaran diferencias de proyecto político y además no los rentabilizamos desde nuestro proyecto verde federal europeo o estatal, ya que los partidos o grupos más grandes, con más peso y poder acaban siendo los más favorecidos con estos discursos que se han convertido en invocaciones rituales y en un lugar de retórica común en los medios de comunicación y opinión pública, una bandera para todo tipo de político que se precie.
Desde las posiciones verdes como las nuestras, y cuya agenda sobrepasa en mucho los estrechos límites del feminismo liberal (igualdad ante la ley, acceso y reparto desigual de recursos mediante la lucha individualista y competitiva entre tod@s para atrapar los bienes escasos en campos sociales como son el trabajo asalariado, la producción, los estudios, la política, el consumo...), los feminismos liberales de la igualdad de oportunidades son en el fondo entienden la igualdad entre mujeres y hombres como una homologación masculina. No cuestionan el contexto social más amplio y sus imperativas relaciones estructurales atravesadas por numerosas y dinámicas formas de dominación, injusticia y desigualdad que hoy amenazan la propia supervivencia y futuro global de las sociedades humanas. La igualdad feminista que defienden fortalece hoy los mitos del progreso desbocado y la espiral de destrucción biocida a efectos de la actual civilización industrial.
Desde este tímido feminismo de la igualdad liberal tampoco se cuestionan los valores, recursos o fines implicados estructuralmente en las políticas institucionales al uso y al abuso. Es un tipo de igualdad rebajada ya que por ejemplo, podríamos igualarnos como soldados para la guerra y al servicio de los intereses de instituciones, no tan sólo muy peligrosas para el mundo actual, sino que también son singularmente organizadas en jerárquicas y valores masculinos como son los ejércitos.
Creo que las políticas de IGUALDAD DE OPORTUNIDADES no nos deben interesar como máximos, sino como políticas de mínimos. Que nos sirvan para marcar y reclamar los mínimos y las alianzas con las feministas de derechas e izquierdas. La igualdad en reparto cuantitativo entre mujeres y hombres significa un programa de mínimos y de realismo práctico, pero sobre las que han de descansar toda una serie de políticas feministas diferentes: las políticas de vida.
Los Verdes respondemos críticamente desde otros feminismos más radicales (culturales o de la diferencia, ecofeministas...) a las consecuencias indeseables de las tímidas políticas del feminismo liberal o de la igualdad practicadas por las instituciones, aunque reconociendo su necesidad para al menos tener capacidades reconocidas de acceso, presencia y voz propia de las mujeres en todos los ámbitos sociales.
Conseguir y exigir más cuotas de igualdad entendida como reparto y distribución de bienes entre mujeres y hombres tiene al menos dos importantes costes a tener en cuenta. Por una parte se da un reforzamiento de las principales instituciones y formas injustas de regulación social (mercado globalizado, individualismo posesivo, desigualdades N-S, de clase y rentas socioeconómicas, representación política discriminadora y marginalizadora mediante partidos con liderazgos y control por familias masculinas la cooptación de mujeres...), y por otra parte, se da una progresiva masculinización de las mujeres junto a la invisibilización, devaluación y el no reconocimiento de las valiosas y singulares culturas femeninas que recrean en sus mundos de vida y cotidianidad, y que aportan experiencias y valores universalizables y necesarios para la sociedad en su conjunto.
Las políticas de la igualdad de oportunidades son en realidad políticas masculinizadoras para las mujeres, algo así como un feminismo patriarcal. Desde esta estrechez de miras del feminismo liberal la igualdad acaba impulsándose la masculinización forzosa de las mujeres, que han de aprender a manejarse con las reglas y valores masculinos de la competencia individualista y de razón instrumental si quieren tener mínima autonomía y libertad en sus vidas como trabajadoras o ciudadanas de un estado. Las chicas hoy ya tenemos muchas experiencias sobre estos imperativos sociales de masculinización ya que nos pasamos la vida con dobles presencias, entrando y saliendo constantemente en mundos y culturas relacionales femeninas y en mundos bajo reglas y cultura masculinas.
La cultura femenina y los espacios sociales regulados con sus valores (ética comunitaria del cuidado y la donación, la empatía, de la relación cara a cara y el reconocimiento no abstracto sino concreto del otro y su singularidad...) son muy diferentes a los mundos y valores masculinos que configuran las relaciones dominantes dentro de los sistemas y organización burocrática de la empresa privada o el estado. Es decir, un dominio masculino de reglas y valores impersonales e instrumentales basados en la eficiencia, la competencia de todos contra todos y la indiferencia emocional y moral hacia el otro concreto.
Muchas mujeres nos pasamos la vida entrando y saliendo de mundo femenino a mundo masculino, y viceversa. Realizando dobles o triples jornadas de trabajo tenemos que aprender a manejarnos en esta extraña forma de competencia masculinizada, pero en condiciones de básica desigualdad y desventaja de partida al estar previamente socializadas como niñas y mujeres bajo los parámetros y valores opuestos de la feminidad y cultura femenina. De antemano tenemos todas las cartas marcadas para acabar siempre como perdedoras en nuestros esfuerzos por posicionarnos en condiciones paritarias con los hombres.
Las relaciones patriarcales no sólo hacen un desigual reparto entre mujeres y hombres, sino que también lo hacen mediante un específico poder de dominación simbólica: activando y usando los discursos y creencias dominantes, interesadas y desvirtuadoras de las relaciones reales entre hombres y mujeres. Las mujeres, ya se sabe que bajo el prisma de la violencia simbólica aparecen como las gatas por la noche: todas pardas a ojos de la mirada androcéntrica y sesgada que nos define, juzga, subordina y devalúa...
En los mundos y relaciones guiadas por parámetros masculinos y sus frías reglas de reparto de los bienes en juego basadas en la competitividad individualista y jerarquizada en el empleo, los estudios, la política..., aunque consigamos resistir la sobre-selección que se nos aplica para poder llegar a ser candidatas con legitimidad en cualquier campo social y obtener así el apoyo de los grupos masculinos... aunque consigamos demostrar con sobre-esfuerzos nuestras excelencias y valías individuales bajo la competitiva óptica masculina, siempre parece que no se abandona el recurso de la desconfianza y la violencia simbólica patriarcal, y sus juicios sumarísimos expresados por los hombres concretos que comparten vida y experiencias con nosotras.
Para la mirada y cultura androcéntrica, "la mujer" significa tener menos valía al ser considerada de una naturaleza diferente (la diferencia que marca el detalle anatómico se hace destino social), y subordinada en relación a los hombres. Osea, que las raras veces que alcanzamos la igualdad o al menos una presencia cuantitativa equiparable a la de los hombres, el uso simbólico de la dominación y su violenta de género nos espera con otra mala jugada: los hombres siempre están mejores equipados para manejar los valores y recursos en juego, y ocupar así los mejores puestos que ganan y acumulan.
Bajo los efectos continuados de esta devaluación simbólica aplicada sistemáticamente a las mujeres y a cada mujer en circunstancias concretas, los chicos siempre ganan bajo las "democráticas reglas liberales de la igualdad de oportunidades". Acumulan para ellos las mejores posiciones al tiempo que continúan manteniendo las distancias y desigualdades en relación con las mujeres. Nos invitan a participar sí, pero no en condiciones de igualdad. Participar sí, pero no ocupando posiciones mejores o iguales a las de ellos. Participar sí, pero no siendo las protagonistas ni reconociendo y dignificando nuestras diversidades y singularidades individuales y colectivas construidas social e históricamente. En el campo político estas trampas relacionales entre mujeres y hombres son crónicas y sangrantes.
Pero, otros feminismos más radicales y críticos reconocen y cuestionan el empobrecedor y doloroso coste de travestismo masculinizante que se nos exige a las mujeres mediante las políticas de igualdad de oportunidades. Masculinizarnos significa integrarnos y socializarnos en las reglas y valores masculinos que están en juego en cada ámbito social, al tiempo que se nos niega el reconocimiento de nuestra singularidad, diversidad y valía propia. Es decir, incluye la exigencia de adaptarnos e integrarnos acríticamente en situaciones de supuesta igualdad abstracta con los hombres. Aceptando así la cultura y formas de sociedad históricamente diseñadas y controladas por ellos, o al menos por una fracción de élites varoniles.
Si bien el reparto liberal no deja de ser importante como un objetivo de cambio y acción política estratégica e histórica, pero no agota la agenda de cambio de feminismos más críticos y radicales. Aunque aún no se ha conseguido el mínimo de reparto equitativo de los recursos entre mujeres y hombres, es del todo insuficiente desde la responsabilidad verde y ecofeminista.
Aunque ya tengamos las chicas blancas y occidentales del norte rico unas leyes igualitarias que no discriminan por sexo, paradójicamente continuamos con la persistente desigualdad cuantitativa y cualitativa o simbólica en la mayoría de campos sociales. Dado que continúa el desigual reparto entre hombres y mujeres a pesar de las leyes igualitarias, tendremos que seguir defendiendo las demandas de igualdad de oportunidades y haciendo con ello alianzas con los feminismos liberales que reclaman la igualdad cuantitativa y reparto con los hombres en todos los ámbitos públicos de la sociedad, incluidos los campos sociales más distinguidos y con más capacidad de poder.
Es urgente ampliar políticamente el discurso clásico de la igualdad liberal porque deja absolutamente fuera a numerosas problemáticas que afectan muy directamente a las mujeres diversas y reales posicionadas como están en diferentes y dinámicos papeles sociales (excluidas, víctimas inadaptadas, resistentes culturales, resistentes críticas, alternativas, colaboracionistas travestidas...).
Creo que como mujeres verdes hemos de reclamar y al tiempo ampliar con creces los irrenunciables marcos constitucionalistas y legales que exigen la presencia y participación paritaria en instituciones, parlamentos y gobiernos. Es necesario eliminar la perversión sexista que opera en los sistemas de representación y elección política mediante las leyes electorales, los partidos y las candidaturas electorales que invisibilizan abstractamente a una ciudadanía que está diferencialmente encarnada en cuerpos y sexos.
Pienso que en general, han de ampliarse y renovarse los campos temáticos habituales en los discursos oficiales sobre las mujeres ya que invisibilizan muchísimas realidades problemáticas que padecemos en nuestras experiencias de vida, aunque no tengan aún palabras articuladas, ni actores colectivos organizados, ni lenguajes públicos claros. Por ello, seguramente las chicas verdes tenemos por delante el reto de avanzar en la igualación y justicia para con las mujeres tradicionalmente asumidos por las retóricas públicas de la izquierda, pero además conjugando demandas de los feminismos culturales y los ecofeminismos a favor de la protección y el cuidado de la naturaleza que aceleradamente muere a efectos de la civilización industrial masculina.
Significa que será necesario ampliar las clásicas políticas de emancipación y sus habituales temáticas sobre las condiciones del reparto, las desigualdades, y la participación y gobernabilidad. Estas políticas clásicas del pensamiento liberal se basan en separaciones artificiales y dogmáticas entre el espacio privado y el público, entre la sociedad y la naturaleza, y por lo tanto están muy incapacitadas para comprender las relaciones de interdependencia y dominación que conectan y están presentes en nuestras formas de vida.
Además de las políticas de la igualdad, como mujeres verdes estamos a favor de las las políticas de vida que amplían el campo de problemas percibidos al reconocer, no sólo el valor de igualdad, la cantidad y el reparto, sino también el valor de la diferencia, la autolimitación, el respeto, la cualidad, la pluralidad, la comunidad, la tolerancia en diversidad, la autorealización personal singular y propia como derecho individual y colectivo inealienable en contextos específicos, y siempre necesariamente situados social-cultural y ecológicamente.
Hoy la mayoría de la gente no sólo quiere ser igual, sino que también quieren ser radicalmente diferentes y singulares en sus contextos locales y como meta y aspiración de realización y de desarrollo personal. Estas nuevas y necesarias subpolíticas hoy tienen variopintos actores y sujetos colectivos que desde hace décadas las reclaman: los llamados nuevos movimientos sociales que exigen no sólo los derechos políticos y sociales hoy tan recortados y amenazados por las políticas de flexibilización y precarización social, sino que también demandan unos nuevos derechos apenas conseguidos: los derechos culturales o de identidad y los derechos ecológicos o de supervivencia, protección y habitabilidad.
Como conclusión, creo que el repetido principio de la transversalidad de las políticas feministas en la agenda política, hoy no puede olvidar estos dos tipos de políticas: las de la igualdad y las de vida. En lo concreto significará tener en cuenta los diversos campos de experiencia en los que participamos y los papeles sociales que en ellos desarrollamos
0 comentarios