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ENTREVISTA A WANGARI MAATHAI, NOBEL DE LA PAZ

ENTREVISTA A WANGARI MAATHAI, NOBEL DE LA PAZ Entrevista a Wangari Maathai, Nobel de la Paz. Impulsora del cinturón verde
Por Rachel Cernansky

Wangari Maathai es un nombre bien conocido en el mundo ecologista. Empezó en Kenya en 1977 cuando comenzó a sembrar plantones de árboles uno a uno, un movimiento que fue creciendo y se convirtió en el internacionalmente conocido Green Belt Movement (GBM, Cinturón Verde), que le ha reportado, y aún lo hace, muchos premios, incluyendo el Premio Medioambiental Goldman y la entrada al salón de la fama del Global 500 de la UNEP. Y hace apenas un mes, nada más y nada menos que el Premio Nobel de la Paz de este año, noticia que fue muy bien acogida por los grupos ecologistas de todo el mundo.
A pesar de haber afrontado duros encontronazos con el gobierno a lo largo de los años –incluso fue encarcelada por su trabajo y por su defensa de la democracia y los derechos de las mujeres y los pobres– el GBM ha sobrevivido. En 1986 se expandió al Pan African Green Belt Network, y hasta la fecha ha visto cómo se plantaban 30 millones de árboles en granjas, escuelas, bosques y otros terrenos públicos, llevando vida a zonas a menudo desertificadas.

¿Se entiende bien que la preocupación por el ambiente y por los derechos humanos y el bienestar son lo mismo?
Tenemos el derecho a un ambiente limpio y saludable –un derecho que nadie debería negarnos–. Tenemos derecho a beber agua limpia, y si alguien contamina el río o destruye los bosques de donde viene ese río, está interfiriendo indirectamente con tu derecho a un aire y agua limpios. Nosotros impartimos este tipo de educación para que la gente comprenda que los derechos ambientales son, en gran medida, derechos humanos.

¿Sólo humanos?
Cuando hablamos de derechos humanos solemos enfatizar el derecho de la especie humana y obviamos los derechos de otras especies. Pero cada especie tiene derecho a existir. La discusión sobre los derechos humanos debería incluir otras especies, y que los humanos tengamos presente que existen otros además de nosotros en esta tierra. El hombre no tiene el derecho de destruir otras especies, tiene la responsabilidad de permitirles desempeñar su rol particular en el esquema de las cosas. Esto no significa que no tengamos una interdependencia que nos permita, por ejemplo, comer a algunos animales para sobrevivir. Se trata de llegar a una conciencia humana que acepte que las demás especies no han sido creadas para los humanos, sino para un propósito que puede ser muy diferente.

Hablando de otras especies, ¿cómo sigue el problema en Kenya de la caza de animales salvajes para comer su carne?
Es realmente un gran problema. Antes del ocaso del colonialismo, muchas comunidades no comían esta carne en Kenya. Y eso permitía que la vida salvaje floreciera. También es verdad que muchos de estos animales no tenían valor comercial; no había economía de mercado, así que las necesidades eran básicamente domésticas. Pero tan pronto como se introdujo la agricultura industrial, y la fauna salvaje se comercializó, se mató a muchos animales. Y recientemente –quizás en los últimos 10 o 15 años– un nuevo fenómeno se introdujo en Kenya, cuando los turistas empezaron a querer comer carne de simios, cebras, antílopes, cocodrilos. Los ven como animales exóticos. Y como los turistas tienen dinero, tienen la tendencia a hacer que hasta lo repugnante parezca atractivo. En los hoteles muy caros se sirve a los turistas carne de animales salvajes. Se ha convertido en algo de moda. Esto, junto con el aumento de la pobreza hace que otras personas coman también esta carne; se ha roto el tabú.

¿Ha sido difícil romper las barreras culturales que se oponen al movimiento pro derechos de las mujeres?
La verdad es que en el sistema tradicional las mujeres eran muy fuertes en el rol que desempeñaban, y los hombres lo eran en el suyo. Durante la colonización, tanto hombres como mujeres fueron sometidos y perdieron su poder. Tanto que permitieron la devastación del medio ambiente, también en la etapa postcolonial; no vieron que tienen la capacidad de frenar la destrucción de sus propios bosques. Así que cuando hablamos de reforzamiento, es casi como restaurar la confianza original, la capacidad de las personas de cuidar de lo que es suyo, de no ser sólo observadores, sino partícipes en la reparación ambiental. Por eso, reforzar el papel de las mujeres no se percibe como algo nuevo. Son las mujeres las que trabajan la tierra, la cultivan y recogen las cosechas. Fue fácil trabajar con ellas en la producción de plantones. Ahora muchos hombres participan también, porque los ven como una inversión económica. Venderán los árboles; podrán construir casas con ellos. Así que, aunque inicialmente reforzamos el papel de las mujeres, esto ha acabado repercutiendo en los hombres y los niños. Es una forma de recuperar la responsabilidad de todos por el medio ambiente.

En estos años, ¿cuáles han sido sus principales logros?
Uno de los más visibles son los 30 millones de árboles plantados. Han cambiado el microclima y el paisaje. También han cambiado vidas. La vasta movilización de mujeres –unas 100.000 organizadas en pequeños grupos– ha sido un gran logro. Al principio se decía que las mujeres no pueden plantar árboles, que no saben cómo hacerlo, carecen de un diploma universitario. Pero pudimos darles formación, y el aspecto de los árboles es tan saludable como el de los plantados por agentes forestales. Se han convertido en lo que yo llamo «forestales sin diploma».

¿Y cuál es el principal desafío?
Encontrar el equilibrio entre lo mínimo necesario para nuestro entorno y nuestra necesidad de desarrollo. El gobierno sabe, por ejemplo, que necesitamos agua potable limpia, y por tanto no deberían talarse los árboles; pero a la vez necesitamos los árboles, necesitamos madera, papel. Debemos conservar la naturaleza, pero también queremos que nuestras granjas prosperen, que sean más productivas. Por tanto queremos usar agroquímicos –aunque sabemos que van a destruir los suelos–. Sabemos que hay que emitir menos gases contaminantes a la atmósfera, pero también queremos movernos de un lado a otro, volar, conducir nuestros coches. Ese equilibrio es para mí el problema, tanto en lo personal como en lo gubernamental, o a una escala global. Necesitamos mucha información, para que las decisiones sean correctas. Y necesitamos ciudadanos activos, que no sean apáticos, y que presionen a sus gobiernos, porque a menudo los políticos se manejan con agendas a corto plazo, y pueden tomar una decisión a favor de su propia agenda personal en vez de en interés del medio ambiente.

Encontrar las verdaderas raíces
Wangari Maathai nació en Nyeri (Kenya), tiene tres hijos y es ministra adjunta de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida silvestre. Ha sido la primera mujer con un doctorado (de Biología, en 1971) de toda África Central y Oriental. Hoy, con 64 años, dice que su mayor contribución es el movimiento Cinturón Verde de Kenya, que ha dado trabajo a más de 50.000 mujeres pobres en diferentes viveros de plantones, lo que ha permitido plantar 30 millones de árboles en su país. Pero Wangari Maathai se mantiene crítica. Han tenido éxito en algunas zonas, dice, pero en otras todavía están intentando encontrar sus raíces. ¿Qué significa? «Llegar a otra gente de África que quiera hacer lo mismo que hacemos en Kenya. No es fácil movilizar recursos, y estamos tabajando con gente pobre, así que requiere mucha implicación por parte de los que están haciendo el trabajo».
Fuente: Revista Integral (noviembre)

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